martes, 17 de abril de 2012

Hace algunos años me autopubliqué una suerte de panfleto testimonial que llevaba por título: "sentencias y amonestaciones"; quizá alguien se acuerde con cierta tibieza, pues algunas personas cercanas (en el mejor de los casos) les fue remitido un ejemplar por correo. Se trataba, pues, de un incoherente y poco sofisticado compendio de aforismos escritos por mí mismo (cuyo cómputo final ascendía a 171). A las múltiples circunstancias que me llevaron a la elaboración de tal anacronismo (acaso inspirado por la siempre entretenida lectura del maestro misógino Schopenhauer), se sumaron las cándidas circunstancias de la edad, como la excesiva vehemencia y la infame desilusión. Esta semana santa, encontré algunos ejemplares que quedaron sin destinatario, criando polvo en una caja. Cabe decir que me sorprendí de la ridícula edición, y a la vez me pareció increíble que en algún momento tuviera el coraje de compartirlo. Sin embargo, tras una memorable relectura, me di cuenta de que habían ciertos aforismos que no merecían la condena del olvido. Por supuesto, muchos otros fueron descartados en el mismo momento por estar fuera de tono o simplemente por excederse en la imprecisión. Así pues, me propongo testimoniar en este blog aquellas frases que todavía hoy (quién sabe si mañana) me parecen dignas de ser repetidas (perdonando el puntual nihilismo y la elemental verborrea). Un aforismo diario, hasta completar el  modesto palimpsesto. Espero que me perdonéis la licencia onanista.

El libro se abría con una cita de mi pareja, Laura Flores: "Todo problema es un malentendido".
Y después, un comentario inicial escrito en cursiva: Escribimos con el deseo de que se lea todo lo que no está escrito.       

Al paso de página, aparece el primer aforismo:

1- El buen maestro espera ser superado por sí mismo en forma de otro.

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